El texto quebradizo es antiquísimo y se ofrece fragmentado. El papel yace transparente en infinitas y delicadísimas capas cortadas por agujeros sin fondo y precipicios de carencias. Papel sobre papel alado, todavía visible, dándose en un rojizo sepia. Oleadas de textos hasta formar una textura levitante mordisqueada por los bordes, rota en el centro, próxima a la desaparición. El recorrido con lupa aumenta la grafía de un idioma desconocido, lengua pretérita. Femeninos índice y pulgar manipulan unas pinzas pasando las páginas etéreas a cámara lenta, para colocarlas allí donde progresa el sentido, de línea en línea. Se trata de rellenar y reconstruir el rompecabezas. Su alegría es la coincidencia.Trazo de textos desamparados, fuera de lugar, perdidos a fuerza de eterno transcurrir del punto aquel en que vinieron a la luz. El saber que hay que adivinar, del que hay que sospechar, en el que hay que creer, se hilvana en retales claroscuros, ansiando arribar a su definitiva fijeza, a la coartada de un sentido absoluto, invariable.Del cruce entre múltiples significados posibles y la realidad tangible de texto torturado por el tiempo, emergen anónimas huellas de más de un autor y, sobre todo, un vacío pertinaz, abajo y siempre a la derecha, provocado por el repetido y ávido quehacer del índice lector.Aquí y ahora, se buscan trece páginas del Evangelio de Judas que habrán de coincidir por las dos caras.
En este blog se trata de teorizar y practicar sobre la creación, tanto literaria como artística en general y de lo que cuesta ponerse.
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