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Inauguración de Entreletras

Un vacío, sentido como algo consustancial (arrojado al mundo). Un vacío que espera ser actuado como sublimación (o espacio a rellenar por la creación de la vasija heideggeriana). Y, mientras, el vacío espera y de él se sigue….

Un vacío que siendo síntoma (vacío afectivo, juego de carencia y excesos, etc.) aun siendo psicótico (vertido dramáticamente en la biografía personal) pasa a ser una dádiva, un terreno interior / exterior para explorar. Objecte petite a

Antes el vacío actuaba como imán. Al despertar, el Yo contingente se llena de realidad, recuerda progresivamente su papel en el mundo. La realidad lo reifica a través del recuerdo. Ese proceso, que en la juventud del no artista es automático, se ralentiza en el artista, hasta hacerse un imposible, el parto de la madurez.

El salto adviene cuando, un día cualquiera, sedimento de los días inconscientes, el Yo neurótico se desdobla, ya no en busca de la terapia y la ayuda del Otro, sino en busca de lo que lo constituye. Un día en el que el Yo se responsabiliza del sí mismo, a través de la automirada. Claro. Se pierde dramatismo, la cosa ya no es trágica, aunque volvería a serlo si de este camino no se extrajera ningún saber. Pero, probemos, démosle una oportunidad, se dice el salvado laxado por sí mismo.

Como vacío imán, despierto en mí y, todavía dolorosamente, veo advenir lo Real. Su manto me protege porque me salva del mí misma, de una esencia maldita por inerte. Como la mirada ha sido consciente, puede reproducir mentalmente el proceso. De la vaciedad al lleno consciente, desaparece la inestabilidad del Yo o bien el Yo se apropia y devora todos los estímulos, comenzando por los más cercanos hasta llegar al más distante.

Es el Yo contingente, filtro observador de todo lo que pasa. Druida del arte de conciliar el sí mismo con todo lo que sirve el Real. Diríase que solamente del Yo constituido, conciliado, hecho saldría la sublimación. Pero no. El trazo creador adviene en plena y desesperada fragmentación. La ficción del Yo integrado es la coraza sublimatoria mínima para poder con lo Real. Pero ha de ser el Yo fragmentado, en su misma escisión matutina o casual, el cual, espejeado en ese movimiento de auto negación actuante, logra las más buscadas instantáneas del sí mismo diseminándose en sus mejores piezas creativas.

Pequeños fragmentos de trazos. Trazos de la letra, trazos visuales y el vacío. Luego, vacío entreletras, vacío entretrazos. Espacio cuántico en el que el mensaje está, creemos, significando y no es, sospechamos, significante. Ya no vacío sino movimiento de partículas a toda velocidad. Más allá del ojo humano de la mente, hay continuidad pero no se percibe. Hay continuidad, pues, qué vida más bella. La hay y no la hay.

Algunos seres crean nimias constelaciones de entreletras y entretrazos, conscientes de que lo que da significado al mensaje son los vacios intercalados, los silencios de la música, la desesperanza en el tiempo, el sujeto borrado. Otros, se abandonan a la creación velozmente continuada, y por ella son llevados en volandas. Fácil. Han dado con el ritmo del nada por aquí, nada por allá, y soportan bien la intermitencia del estar y no estar ¿Quizá nunca se perciben como ausentes?

Esos que perciben la continuidad, o que la luchan, o que la exorcisan actuando sobre la materia de su arte sin parar, crean. Otros, los atenazados sintientes del vacío, una vez inundados de realidad no la contienen, se les filtra y se les diluye en un espacio devorador, corrosivo, irrellenable. Un punto.

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