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Creación


Enmarañas (microrrelato)


Desde el interior, retorcida en tu maraña, resuelta en coartada, hacia el titánico de asomada al balcón, zambullida en el afuera, entre los reiterados cantos a sirenas, anunciando lo fácil que sería si decidieras ofrecerte al dios de la acción, tenuemente motivada por la promesa especular que bien te guardarás de negar con tu vacío, flotas. Devora su cola, mientras tanto, una pescadilla sorprendida de vivir en directo y ser al mismo tiempo frase hecha entre las olas. Con su doble personalidad se asoma al espejo de agua detenida y, de perfil, ve pasar ante sí las facciones de aquellos que la citan por su boca en cola, como si ella no fuera más que mordisco sinsentido y no nadara entre rutinas como ellos. Por la superficie brillante de Aqueronte se alternan los demás, succionando el pecho de los días con su río esperando ser surcado.



Mano (microrrelato)


Los deseos se van asentando al igual que el cuerpo. Ya son muchas, infinitas, las veces que hemos alargado la mano en pos del aire. La mano ha quedado marcada por el sueño. Muestra las líneas de todas las esperanzas que albergó en llegar a tocar la dicha. Dejara escapar la arena entre los dedos, nadara en el agua clara, rozara la piel huida, hojeara aquel libro que tanto. En esa mano están todos los deseos apuntados y el logro mínimo que le corresponde. Por eso, dicen que tenemos algo de divino, porque pusimos mucha fe. Y aunque sólo atrapamos el vacío de las cosas que debían ocuparlo, estuvimos siempre merodeando y eso nos da una dimensión trascendental. Pero el más allá está aquí, en esta mano que ahora yace abierta, apoyada en el muslo, cansada de su constante ejercicio de alargarse y hacerse con algún objeto, una pluma por ejemplo. Vencida, palma arriba, descansa y se abandona. Los cinco dedos se abren como pétalos de carne, formando un cuenco adormilado. Nada anhelan, contentos por haber retenido en sus redadas los recuerdos.


Lo que hay



Hay un deseo de estar con alguien que proviene del tiempo que se ha estado a solas. Cuando ese tiempo excede el aguante del individuo, éste busca lo opuesto. Así es como las soledades de los otros nos dan risa y luego lamentamos no tener a quien contar el desengaño, cuando forzados nos volvemos a ceñir la espina soledad.

Hay un tiempo de crear que proviene del tiempo que hemos malgastado en ser comprendidos como seres concretos. Cuando el tiempo que llevamos dilapidado en hacernos comprender rebasa una medida personal ignota, nace el deseo de lo abstracto y con ello la levitación básica de todo acto de arte.

Hay un deseo de estar con quien se quiere que traiciona el deseo de crear, encoge el corazón y puja por la concreción, apelando al acto personal de dejarlo todo por alguien.

Hay un continuo balanceo que impide honestamente tomar determinaciones aunque sean mínimas, hacer planes a medio plazo, jactarse de tener ideas claras o cumplir seriamente una disciplina.

Hay una forma de estar bien agarrándose a ese balanceo. Sufrir la abstracta soledad de trabajar en la creación, y sentir la llamada de la obra inacabada en medio de la caricia anhelada, dándose.

Hay una forma de ser feliz cuyo rostro exterior es la renuncia, lo cual la hace irreconocible. Hay una forma de ser una misma irreconocible. Ser feliz renunciando a que se note demasiado.

Después, se sienta una en la mesa y se remolonea en ella como cama. Se ciñe la pluma y se apunta bien al blanco. Luego, claro, se mancha de negro. Se emite un sonido de extraño placer, pues, todo placer es doloroso. Se cierran los ojos abiertos y se besa el rostro deseado. Milagro, todavía está ahí al lado.

Por el medio de este éxtasis van pasando discusiones, dudas, declaraciones de independencia, salvaconductos de debilidades, revolución a besos, luchas por la libertad, respetuosos insultos, puentes de piel, portazos sordos, armisticios, guerras...

Cosas de esas que no cuentan mucho.

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